Hoy celebramos la conversión de San Agustín, el día de nuestra parroquia.
La conversión es obra de Dios, expresión de su misericordia inagotable que sale al paso de quien entiende la vida como el zahorí que busca el agua limpia y subterránea que sacie su sede.
Aunque celebramos la conversión de san Agustín el día de su bautismo, la conversión es un proceso incesante. En la conversión religiosa no hay una línea de meta final, hay zonas de nuestra personalidad que se resisten tenazmente al evangelio.
En la noche del 24 al 25 de abril de 387 el obispo de Milán san Ambrosio, bautizó a Agustín a los 32 años junto a su hijo Adeodato y un pequeño grupo de amigos.
El mismo san Agustín recuerda este acontecimiento en su libro Confesiones: «Fuimos bautizados y se desvaneció de nosotros toda inquietud por la vida pasada» (9, 6, 14).
El 22 de abril de 2007 el papa Benedicto XVI visitó la Basilica de San Pietro in Ciel d’Oro de Pavía, en Italia, donde se conservan los restos de san Agustín. Ante los fieles allí reunidos, se refirió a tres etapas o tres conversiones de Agustín.
La primera conversión fue el camino interior hacia el «sí» de la fe y del bautismo. Agustín, hombre siempre inquieto, no quería vivir a ciegas, sin sentido y sin meta. La gran lucha interior de sus años juveniles fue conocer a Dios, familiarizarse realmente con Jesucristo y llegar a decirle «sí» con todas las consecuencias.
La segunda conversión de Agustín hay que situarla después de haber recibido el bautismo. El año 391 fue a la ciudad de Hipona para encontrarse con un amigo, a quien quería conquistar para su monasterio. En la liturgia dominical que se celebraba en la catedral, Valerio – obispo de la ciudad – manifestó públicamente su intención de elegir a un sacerdote para que le ayudara en la predicación. Los asistentes se fijaron en Agustín y fue aclamado como candidato al sacerdocio. Aunque no entraba dentro de sus planes, aceptó ser sacerdote como servicio a la Iglesia.
Hay una tercera etapa decisiva en el camino de conversión de san Agustín. Es un gesto de humildad, de fidelidad a la verdad. Unos veinte años después de su ordenación sacerdotal, Agustín escribió un libro titulado Retractaciones, donde revisa y enmienda algunas de las obras que había publicado. Escribe: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden es la oración diaria de la Iglesia» (Cf. Retractaciones 1, 19, 1-3).